Antes de ser madre nunca me cuestioné si era una persona mística, daba por sentado que no me interesaba nada referido al mundo espiritual o religioso, me consideraba pragmática, alguien que adjudicaba las respuestas de la vida a hechos concretos y no a suposiciones (¿No funciona así la justicia?).
Pero resultó que no era así, y tiene sentido. Admiro a nuestras culturas ancestrales y su conexión con la tierra que trasciende toda lógica, y parte del ser, ¿cómo es que no iba a ser yo espiritual? Durante y después de mi embarazo empecé a prestar mucha atención a lo que me transmiten las personas, cuido mi mente y protejo mi energía. Presto atención a los símbolos e imágenes que se me revelan en el día a día, busco sentido en colores, formas y sensaciones.
La verdad es que esto lo he hecho siempre, desde que tengo uso de razón y mamá me llevaba a museos, pero ahora lo hice consciente, y se siente bien estar presente en el mundo la mayor parte del tiempo.
Bajo esta lógica decidí hacerme un regalo especial cuando nació mi hija, un "símbolo" que nos representara a ambas y que me acompañara siempre que no estaba con ella. Me hace ruido llamarle amuleto, porque no me gusta depositar toda mi fe en un objeto, pero en términos prácticos eso era. Busqué varias artistas y joyeras online para llevarlo a cabo y decanté por una que hacía trabajos que se adaptaban mucho a mi gusto personal.
Estuve tres meses dándole vueltas al proyecto, y eligiendo los elementos precisos para hacerme un pendiente de collar único. Este fue el que elegí, por varios motivos:
En la zona superior, un ópalo etíope (piedra preciosa que refleja todos los colores) dividido en dos nos representaría a mi y a mi hija.
En la parte de abajo una punta de cuarzo ligeramente ahumado atravesado por un hilo quebrado me pareció una bonita abstracción del descubrimiento de color de Newton. Parecía a mis ojos, un rayo blanco atravesando la oscuridad hacia los colores de arriba.
El tamaño XL lo hacía idóneo para ser lo suficientemente notorio, gritaba al mundo, aquí hay un cristal y creas en ello o no, me siento protegida.
La verdad la pieza no pasaba desapercibida, y en varias oportunidades me hizo sentir ligeramente incomoda, descubrí que la atención que atraía no era la que yo buscaba, al contrario, me quería proteger de esa atención. Así que comencé a usarlo solo en ocasiones especiales. En mas de una oportunidad sentí ansiedad y el cristal pesado retumbando contra mi pecho me hizo recordar a hija. También recordaba el poder tranquilizador de los colores, y si, bajaba mi ritmo cardíaco hasta estabilizarse.
Pero hace unos días pasó lo peor, estaba almorzando con mi esposo y Siena, conversábamos sobre una persona con la quien sostuve una relación muy tóxica desde hace pocos años y de quién he tratado de desvincularme en los últimos meses. Tenía toda mi mente y mi corazón centrados en su rostro y en las cosas negativas que me hace sentir esa persona. Me incliné para tomar un sorbo de jugo, mi cuarzo tocó delicadamente la mesa y de la nada se reventó en dos, una de sus partes salió volando por el restaurante y yo me quedé con la otra mitad colgando en mi mano.
Recordé cuando el padre Jesús, uno de los mejores psicólogos que haya tenido (y sí, es sacerdote) me recordó que en una oportunidad una mujer de la Iglesia fue a ofenderlo y una medalla de San Pedro que él siempre llevaba al cuello se rompió en dos.
Claramente adjudicarle un hecho fortuito como un collar que se revienta a una persona que nisiquiera estaba en el lugar suena caprichoso, me atrevería a decir, irresponsable. Pero aquello ocurrió fuera de toda lógica, así que sentí el derecho de sacar mis propias (y emocionales) conclusiones.
Mi esposo sugirió que lleve la pieza con otro orfebre, tal vez se le pueda hacer una suerte de "Jaula" a la pieza rota, pero no me gusta la idea. Está roto y siento que cumplió una función (nisiquiera se cual, ni como).
En lo que a mi respecta, preferiría quedarme con la parte rota, aunque no dejo de sentir que ya no me pertenece.
La verdad es que quería tener un vínculo con un objeto y lo generé al punto de que ahora pudiendo ser un desecho me cuesta decidir que hacer con él. Me salió el tiro por la culata. Pienso que es exactamente lo que me ha pasado con muchas relaciones afectivas (familiares, amigos) que no siempre resultan bien y no sabes donde ubicarlas o que espacio darles. También siento que me pesa sobre los hombros el absurdo de atrapar los colores en una piedra, cuando basta abrir los ojos para verlos expandirse por cualquier parte, pero no me culpo, no creo que sea malo buscar belleza y darle sentido, solo me cuestiono que hacer con ella cuando se rompe, cuando deja de lucir tal cual una esperaba.
¿Tu que harías? ¿Hay un color o artefacto especial que signifique mucho para ti? ¿Te cuesta deshacerte de las cosas? ¿Te gusta? Se que haré algo con estos colores rotos, tal vez se convierta en un cuadro, pero entretanto, sigo mirando las partes rotas en mi mesa de trabajo, esperando a que salga de ellas alguna luz.