Vivir en pareja me ha hecho reflexionar en muchas cosas que daba por sentadas y resultaron ser particularidades, hace unas semanas uno de los perfumes favoritos de Pablo comenzó a acabarse, me dijo triste que comenzaría a usarlo menos. A mí no me hizo sentido, cuando se me acaba algún producto (o la vida útil de una prenda de ropa, o al final termino un libro) siento mucha satisfacción, creo que podría resumirlo en la voz de Benedetti “confieso que he vivido”. De hecho me hace mucho ruido tener cosas sin ocupar, lo sabrán mis amigas a quienes les he dado perfumes que jamás llegué a utilizar y aunque estén en un cajón guardados, me estorban, o quienes me acompañan a través de la virtualidad; constantemente hago trueques o vendo cosas que ya no me hace sentido tener en el estudio.
No es como que no desarrolle apego con las cosas, tengo objetos que han venido conmigo en cada mudanza, como mi pincel “tigre” brasileño, el pobre está quebrado, despeinado y su utilidad para lo que hago hoy es poca, pero verlo me hace consciente de muchas cosas que amo y que a lo largo de estos años me he preocupado de sostener.
Simplemente me gusta dejar ir aquello que ya no me resuena y sentir apego por las cosas que realmente significan algo, como decía Frida, donde no puedo amar, no me demoro, y últimamente amo y gasto colores (tubos y pastillas de acuarela) como nunca lo había hecho, esto se traduce a una frase que me emociona porque solo me la he dicho con legitimidad tres veces en mi vida: estoy pintando.
En el sentido común de las cosas, pinto siempre, pero no es lo mismo “pintar” mientras hago clases, que “pintar” porque necesito un espacio mental seguro para desvincularme del día a día, que “pintar” porque tengo muchas imágenes en la cabeza y creo que el mundo necesita verlas. En este caso aplica lo tercero y es sumamente gratificante considerando que, para mí pintar es un acto de resistencia. En una época donde la inteligencia artificial puso en cuestión todo, me encanta darle rienda suelta a mi humanidad.
Sin embargo, que se gasten mis tubos de pintura también representa que se viene una revisión a la cada vez más flaca alcancía, que necesito tocar puertas de algunas galerías para que esas imágenes nuevas circulen y encuentren su lugar frente a un nuevo par de ojos, y por un lado más sensible, que he elegido colores específicos en este momento de mi vida.
Aquí va un secreto, cuando tengo la oportunidad de ver la paleta de acuarela de alguien me fijo en los colores más gastados, ahí está el corazón de esa persona en ese momento, son los colores que usa, el núcleo de su “pasión”. Puedo saber que colores compró recientemente "necesitaba luces, necesitaba sombras, mira, no había comprado antes suficientes cálidos".
Una vez visité el estudio de un amigo, pasaba una terrible crisis creativa, había gastado al menos tres tubos de blanco en dos pinturas, había estado tapando o “borrando” el color cada vez que se sentía insatisfecho.
Pero yo estoy satisfecha, esta vez gasté con rapidez: misty morning (un lindo color que revela varios tonos a medida que viaja por el agua, violeta, verde, rosa), verde apatita, azul cobalto, azul ultramar, violeta dioxazina, malva permanente, blanco de titanio, verde sabia, y oro verde (el único color cálido de esta selección). No estoy pintando cielos o mares, pero estos colores son la base de poderosas combinaciones de color que he estado formulando. Por acabarse tengo un índigo genuino, azurita y lapislázuli, colores artesanales que uso más comedidamente no por “ahorrarlos” sino porque bastan dos o tres pinceladas para lograr la coloración deseada.
Me gusta que se acaben los colores, durante la pandemia me permití salir a una tienda de arte con una amiga, fuimos a comprar óleos para ella y yo iba en busca de perilenos para unos estudios de sombras que quería hacer. En la tienda estaban dos chicas comprando pastillas de acuarela, me tomó poco tiempo darme cuenta de que estaban eligiendo los colores por código (¿realmente sabían que color era cada código?) parecía más bien un acto de coleccionismo, no lo juzgo, todos tenemos pasiones, a mí me gusta colectar cajas de fósforos y servilletas con diseños antiguos, pero mi personalidad intrusa y tal vez mi vocación de profesora que siempre apunta a conocer paletas limitadas siempre se ha preguntado ¿Tendrán uso todos esos colores elegidos por código?
En otra oportunidad una alumna me habló de un turquesa que le encantaba porque “fotografiaba bien”, ¡Que inusual! pensé, comprado para tener su propio espacio en Instagram.
Pero más allá de los cuestionamientos y sentimientos en torno a las motivaciones de cada quien (puede haber algo más personal e íntimo que el color?), me gusta saber que una pastilla o un tubo de pintura puede tener una vida útil tan bien llevada que se vacía e incluso nos animemos a ir nuevamente por el (como los perfumes, productos efímeros de los que podemos enamorarnos varias veces, pero esa es otra historia).
Cuando se acaban los colores en una paleta significa que hemos estado un buen tiempo con el pincel en la mano, ¿no merece eso una celebración?